domingo, 24 de marzo de 2013

Va de perros.

Esta semana, a punto ya de dar las vacaciones y con las evaluaciones hechas, he comenzado de nuevo a centrarme en otra de mis pasiones: los perros, y, en particular, mis 2 perras, una de 2 años y otra de 3 meses.
Me encanta pasearlas, ver cómo corren, como persiguen algún que otro conejo por el campo, y cómo se meten en el mar. Pero, sobre todo, disfruto enseñándolas, haciendo que entiendan lo que les pido  que hagan, y que ellas lo hagan con alegría. Para eso, el primer paso es el vínculo con el animal, que perro y guía sean uno. Si yo no estoy bien, mi perra Hely me lo nota y ella no trabaja bien, si yo estoy excitada , ella trabajademasiado deprisa; si yo estoy tranquila, relajada y confío en ella porque sé que sabe hacerlo, trabaja de maravilla. Es alucinante cómo me lee mis insignificantes gestos, cómo  predice qué y cuándo le voy a mandar la orden incluso, lo que hace que tenga que improvisar si quiero que no pierda la concentración y la alegría, si sabe lo que viene se relaja y ya no trabaja igual. Y hablando hoy con mi entrenador me decía que conforme la perra va perfeccionando los ejercicios, éstos tienen que ser más breves: 3-4 repeticiones y al coche a descansar, luego otra salida con los mismos ejercicios y descanso, son sesiones muy breves pero exigiendo perfección. Y si lo hace muy bien a la primera, ese día se acaba el entrenamiento y sólo hay juego las demás veces.  Me fascina el entrenamiento, el método que utilizamos, y lo que me divierto con mi perra, cada vez que lo hace bien hay premio, caricias, voz alegre, fiesta, para después poder seguir, Hely se lo pasa de maravilla y yo más aún. Si pierdo esto, no quiero entrenar porque ya no disfrutaría.


Con la pequeña, Bego, los trabajos son aún más breves y siempre con comida, pero antes de empezar con nada, hay que haber creado ese vínculo con ella, para que quiera agradarte, para que esté feliz trabajando-jugando-comiendo. cada día yo aprendo a leerla y a saber cómo puedo hacer que me entienda, si no la conozco, si no sé distinguir si está tranquila, excitada demás, sólo con ganas de correr y morder zapatos, no voy a poder trabajar con ella, porque no voy a darle lo que necesita en ese momento.


Y, claro, en muchos momento no puedo por menos de comparar cómo trabajo con mis perros, cómo exigimos, cómo premiamos, cómo jugamos con ellos cuando han acabado su trabajo, cómo si algún ejercico ha sido excelente rompemos el trabajo y les damos fiesta...y cómo trabajamos en el instituto con los alumnos:( creo que muchos de ellos envidiarían a mis perras): toda una mañana en el insti con media hora de recreo, no se pueden mover, apenas pueden hablar excepto cuando les preguntamos, todos los ejercicios y preguntas iguales, repeticiones una y otra vez sin animar...y lo que más me choca: ¿ cuándo nos fijamos en cómo vienen nuestros alumnos? ¿cómo es su estado de ánimo? ¿Han tenido un mal día? ¿tienen problemas con los amigos? ¿ les ha dejado su novio (a estas edades un verdadero drama)?.
Si no sabemos ni nos preocupamos de saber cómo están , cuáles son sus intereses, sus preocupaciones, si no sabemos si son felices, si no creamos ese vínculo con ellos, ¿cómo vamos a poder "exigirles" que abran su mente, que se esfuercen en investigar, en colaborar con sus compañeros, en escucharnos (somos unos desconocidos que están delante de sus narices nada más)?
¿Alguna vez les hacemos una fiesta grande porque han hecho algo muy bien, o nos limitamos a decir: era tu obligación?
Siempre después de las Evaluaciones llega mi tiempo de reflexión, y me doy cuienta q1ue los chavales no se implican, que muchos de nosotros no nos implicamos, no nos vinculamos emocionalmente con ellos, y ellos pasan de los que les pedimos.
Con una alumna de 3º, que este trimestre ha pasado literalmente de mi asignatura, me acerqué a hablar con ella al final de una clase, le pregunté qué le había pasado, qué era lo que lo le gustaba, qué le pasaba conmigo, con mi asignatura...o con su mundo, y entonces me contó su estado de ánimo, su situación familiar, su rabia por sus circunstancias, y esa rabia había  salido en forma de no hacer nada en mi asignatura e, incluso, de tomarla conmigo. hablamos, le di un abrazo, se puso a llorar y se desahogó.Le dije lo que valía, y que su vida se iba haciendo trocito a trocito y que ella era la que se la estaba construyendo, y parte de esa construcción eran los estudios.
Fue muy intenso, y sé que se fue de otra forma, incluso cuando la he visto después por el patio, noto que me mira de otra forma, con alegría, con un vínculo que antes no había. No sé si aprobará mi asignatura, pero para ella ya no soy una extraña en su vida , ni sólo la profe de Música.
Y realmente, por estos momentos, merece la pena ser profe. Gracias.



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